Una
vez me dijo Dios cuando más sólo yo estaba
Sentado
sobre mi cama a la luz del nuevo día:
“Hijo
mío, has sufrido demasiado.
Tus
penas se multiplican y el fruto de tu trabajo
No
compensa tu labor”.
“Persevera
con tu empeño y continúa luchando.
No
importando cuanto tardes en lograr lo convenido,
Que
con tu mente pactaste un buen día en tu destino”.
“Pues
de todos es sabido yo no te sirvo de nada
Ya
que en las cosas mundanas y materiales de la vida
No
interviene lo divino”.
“O,
para mejor decirte, ¡no inmiscuyas a tu dios!
No
te olvides que en la cruz hasta mi hijo sufrió
Los
rigores del calvario pidiendo y rogando en vano
Cuando
fariseos clavaron su cuerpo sobre la cruz”.
“Reconozco,
¡Soy tu padre! Soy la fe de tu labor;
Pero
en la faena diaria nunca interviene el Creador”.
Sólo
la fe que ¡tú!, pongas, abnegación y
valor,
Recompensará
tu esfuerzo de tu mundana labor”.
Mantén
esto muy presente aunque te cause dolor.
Sólo
el pan ¡tú!, ganarás con el sudor de tu frente”.
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