Madre; ya estás allá, en la
alteridad de un mundo sin perfiles. Tu alma
dulce reposa en la compañía del
Eterno y en la memoria perenne de tus hijos.
Estás
con tu nívea alma. Alma bondadosa entre algodonadas nubes. Columbras el
recorrido hacia tu nueva morada conducida en la diáfana brisa del Altísimo.
Tu inmarcesible camino queda incólume, perdurable
con tu descendencia; garantía del noble esfuerzo multiplicador de razas.
Madre,
nos has dejado sin respiro, sin aliento. Nos has dejado con el dolor del
silbido del asma insoportable, de la tristeza del enfermo, del abandonado irremediable:
el remedio del regazo protector, caluroso en los instantes más terribles de
contradictorios momentos.
Madre,
henos acá a la vera de tu sombra para entre familiares, amigos, conocidos; entre
toda esta grey cristiana pronunciar, con la gravedad de la ocasión, el último
adiós que te servirá de compañía hasta Él a quien en vida glorificaste y al
cual servirás, ahora, como alma fiel en el paraíso eterno de tu otredad.
Madre,
en este momento ante ti pedimos tu perdón y las disculpas por los contratiempos
causados. Como humanos la razón nos incita a ello, de otra forma no lo sería ni
seríamos tus hijos. Esa fue tu enseñanza consagrada ahora en tus nietos, tu
mejor herencia; segura descendencia de tu honorable estirpe, no se perderá con
el devenir de los años.
La bendición amadísima madre, ve en paz, ve con Él.
Te espera con los brazos abiertos para preservarte de la frialdad eterna, de
las almas que en el ara glorifican al Creador.
Eliéser Wilian Ojeda Montiel
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