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Has
partido hasta el empíreo del Señor,
Unánime.
Anclaste
tus aperos a la “divina montaña”,
Y a
tus cuerdas aferraste tu etérea humanidad
Para
hendir el infinito espacio sagrado.
Abriste
tu última ruta de escalada
Hasta
las alturas de la que no descenderás jamás
A
rapel.
Entre
engreídas nubes tu alma libérrima
se se solaza,
Ahora, en las imponderables cumbres
se se solaza,
Ahora, en las imponderables cumbres
De
los bienaventurados.
Las
enhiestas montañas preservan tus nobles huellas
Que jamás hollaran a la madre natura, a la que siempre
Respetaste
como santuario natural sin agresión posible.
De
cumbre en cumbre te arrobaste de lontananzas infinitas
Columbrando
la esperanza inefable,
Compañera
peregrina de las almas puras.
Libre
de compromisos inciertos en el tiempo,
Como
ave migratoria cruzaste el piélago ignoto
Para
abrir tu corazón a otra alma no menos pura, que la tuya:
Cándida,
noble, sencilla; en las entrañas de la madre patria.
Dejas tu impronta indeleble
Regalo de la Providencia como don:
Alcanzar
las cumbres inciertas
Donde
el espíritu despliega sus prístinas alas
En
la vaciedad portentosa del éter.
Más
allá del horizonte incólume de maldad
Tu alma finalmente se
vio purificada.
Ahora bates tus afiligranadas alas sin esfuerzo;
Sobre
cimas y riscos cimarrones de
impolutas nieves.
Te regodeas en el vuelo eterno de la “elevación”:
Estás en la “cumbre de la perennidad”
Está en tu elemento natural.
Está en tu elemento natural.
Amado hijo, que tu alma abra rutas en el cielo, y,
En la tierra, transitadas las que hicieras;
Recuerden al caminante De pasos breves
Sobre rocas y paredes.
En la tierra, transitadas las que hicieras;
Recuerden al caminante De pasos breves
Sobre rocas y paredes.
Descansa en Paz.
Eliéser Wilian Ojeda
Montiel
La Azulita, 27 de agosto
de 2014
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