La habitación era lúgubre. Una
rendija filtraba la luz e iluminaba la totalidad de un sillón. Cuero color
miel, ruedas y apoya pies se posaban al centro de la enorme estancia desolada,
descanso misterioso del enser.
La claridad se extendía frente al añejo mueble, alfombra
dorada oportuna hasta el desocupado trono. Dejaba conjeturar la finitud del tiempo,
o, quizá ¿auguraba la espera de un nuevo pasajero?
Dentro del gran salón por el lado
siniestro del mueble, visto desde el interior
del aposento, una abertura intuía el destello de un aguamanil sin llegar a
precisarse, como indicando una salida presurosa.
Su piso acusaba, a la diestra del
solitario trono, una dilatada arruga producida por un enorme felpudo protector
del horizonte de la estancia; dejaba a la imaginación un enorme y renunciado
báculo. Reflejaba tristeza, desamparo… La
amplia sala agrandaba la soledad del asiento.
El espacioso salón deslucía un techo reticular de lienzo
beis entristecido, delataba toda la vetustez como colgajos de vestidura de piel
añeja.
Sofá y fulgor de callejuela esperan
la presencia de un próximo viajero sin boleto de retorno.
Eliéser Wilian Ojeda Montiel
Derechos reservados
Bello papito, hermoso escrito :)
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