Hablar de Borges es hablar de una cultura “unánime” para
decirlo en palabra preferida del autor.
Las letras, como parte del acervo
cultural
de la humanidad, le debe mucho a los grandes escritores y uno de ellos
es Borges.
La literatura a mi entender como
arte avanza a pasos lentos; pero aprovecha dar un “salto largo” con el músculo
cerebral de alguna estrella en este arte cuando hace su aparición, y ejercita a
fondo tales ligamentos para desbrozarla, marcarle nuevos rumbos y remozar los
transitados.
Soy un admirador del suramericano
por la magnitud de su obra, magnífica originalidad y “expresionismo” utilizado;
pero sobre todo por la técnica de la heurística empleada en sus composiciones.
La heurística en Borges como
técnica escritural fue una constante en casi toda su producción de ficción,
vale decir, narrativa; de allí su vasta cultura y lo maravilloso de su cuentística
género que se constituyera en pivote de sus prístinas composiciones y, que, en
mi opinión se circunscriben en la denominada corriente de “Lo Real Imaginario”
del despertar literario en el boom latinoamericano.
No podemos imaginarnos a Borges
sin una investigación previa de lo que plasmaría como narración; su heurística
y hermenéutica eran como una segunda “piel” en él. Cada texto leído y
desentrañado era nutrimento para su imaginación creadora pues tenía la virtud
de conjugar sueños con realidad, mitos, leyendas así como con lecturas del
texto sagrado para generar como corolario un texto único, mágico de invención
sin igual.
Asumimos el texto borgeano como
un clásico de la literatura americana; pero en especial de la literatura
universal, y, sobre todo, como un método de composición para generar nuevos
mundos de fantasía literaria, por lo que podemos afirmar sin temor de dudas,
que Borges fue un verdadero y real Demiurgo de la literatura universal.
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