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Ya
desova el pez las perlas de su entraña.
Nacarados
huevecillos salidos de su patria
Migran
su destino a la incertidumbre
Pudorosa
del inerme desconcierto.
A
la vera del destino está la madre tierra,
A
la que se precipita su hijo compungido
Venido
a menos ante la mirada extraña
Que
le mira con desquiciado recelo.
El
pez voraz lo hace presa de oportuno
Con
xenofóbica ira alimenticia,
Mientras
buscan con lúdica prisa
El
espacio justo donde medre su alegría.
La
corriente desperdiga la camada.
Crecerán
desarraigados de su mundo, y
En
su eclosión harán de suyo natural
La
idiosincrasia de otro mar de gentes
En
la que pasado el tiempo encebollado,
Con
sedimentos de olvido nacarados,
Permitirán
la evocación en transparencia
De
los sueños cumplidos allende la distancia
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