En la
eternidad quiero refugiar mi memoria, bilocada en la
palabra escrita esparcida en el orbe cuando la fama alcanza al bardo, y su presencia anodina ceda paso a su perenne ubicuidad de poeta en enésimas lecturas simultáneas de trascendidos versos.
palabra escrita esparcida en el orbe cuando la fama alcanza al bardo, y su presencia anodina ceda paso a su perenne ubicuidad de poeta en enésimas lecturas simultáneas de trascendidos versos.
He allí la omnipresencia del poeta tal como la del
Eterno sobre el texto sagrado en momentos de plegaria; la del aedo en los
‘templos’ del lector; o en la mesita de noche de nuestro tálamo cuando el
descanso nos llama y sobre aquella reposan su antología poética, y las Sagradas
Escrituras del Sumo rapsoda.
Hoy como siempre la bilocación de bardos y escritores
mora entre bibliotecas, librerías… Sus espíritus acompañan las mentes de
lectores en la interpretación de versos, propuestas filosóficas…; y dan inmortalidad
al rapsoda, al escritor, al filósofo...
Ya no solo el Redentor goza de la omnipresencia. Ahora
el aedo, el novelista, el filósofo… transitan también la indefinida autopista
de una eternidad antes desvaída, ahora orlada no solo por el Verbo sino también
por el Logos del humano trascendente.
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