Siempre
tuve la ligera sensación, que no solamente mi elemento natural era tierra, si
no también aire.
La primera vez que hice uso de este último
casi pierdo mis
encañonadas y metamorfoseadas extremidades.
encañonadas y metamorfoseadas extremidades.
Luego de una estrepitosa caída a edad temprana
con mi primer cuerpo, sin la certidumbre de lo que sobrevendría del fatal; pero
a la vez afortunado hecho noté que mi condición biológica se aceleraba
sobremanera, así que opté por usar, en lo sucesivo, camisas manga larga.
Por fortuna vivía en un ambiente rural en el
que pude, lejos de los míos, realizar las prácticas suficientes y necesarias
pues estos ya notaban un cambio extraño en toda mi morfología. De manera que
tuve la necesidad de la experimentación prematura nada agradable; mas con una
real sensación de etéreo vuelo, pero de aterrizajes fortuitos e inescrupulosos
como toda cría de plumaje intrascendente, que emprende su primer despegue sin
aire en los huesos o ¿en los pulmones?
Mi primera planeación, in extenso, ya con notoria experiencia no acreditada, la hice
orillando un acantilado en el que podía extasiarme al ver lujosas mansiones
circundadas por magníficos céspedes y jardines, que exornaban el impreciso
borde de la sima bajo la envergadura de mis novísimas alas.
Otro día me desplacé por la principal
autopista de la capital por sobre la ristra de enésimos vehículos apacibles y
quejumbrosos; en otra de mis salidas estuve revoloteando por encima de una
callejuela de la plantación de un bananal, cuyo verdor irrigaba el iris de mis
ojos ahora de ave experimentada.
La pasible liviandad de andar por los aires
era de una sensación anfibológica indescriptible de lejanía indecisa.
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