Ya la aurora espabila
sus rumores cotidianos.
Entre ellos, los
gorjeos cadenciosos.
Notas con acordes
de congoja,
Alegría evanescente
repercute,
Duplica y detiene
el extenso diapasón
Del pentagrama
musical de mi existencia.
Ya la aurora
espabila sus tintes cotidianos.
Entre ellos, la
iridiscencia,
El matizado de una
flora exótica
Conforma la paleta
de mixtura
Del lienzo de mi
vida. En mis días otoñales,
Cuando el espectro
solar
Cuelga de un
luctuoso espacio acongojado,
El cintillo de las
niñas,
Las aves con su
lira,
La escala de las
flores;
Orlan con encanto
de mixtura
El lienzo de mi ser.
¡Oh!, la tarde
languidece,
Se trastoca repentina.
¡Ah!, con rubores de
niña quinceañera.
En la opacidad
total, precaria de Selene;
Luciérnagas peregrinas
fluorescentes
Compiten atrevidas frente
al amantillado estelar.
¡Ah!, ya el mullido
lecho sufre de onirismo.
Una orquestación natural
acompasada
Arrulla con
murmullos. Cadencia inherente
De grillos, croar
de ranas de pantano y
Ulular de aves,
desvelos de Morfeo;
Apaciguan presurosos
las lianas de mis sesos.
Ahora la mañana
repite su película.
La alborada abreva en
las fuentes de nenúfares,
Aviva su destello
inmaculado entre flores puras.
Libélulas atavían de
luz sus sedosas alas tornasoles,
Liban la dulzura de
un polen danzarín
Al vaivén de las
aguas de una fuente saltarina.
Se descorren las
cortinas de mis ojos.
Morfeo se incomoda
con los rayos matinales,
Y una brisa zalamera
trashumante, perfumada
De la sierra con sus
alas de éter escondidas;
Se apodera de mi
rostro, abofetea mis mejillas
Convocándome a la
vida.
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