domingo, 20 de octubre de 2019

DEL PENSAMIENTO CRÍTICO O DE LA ESCRITURA COMO DESINTOXICACIÓN

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DEL PENSAMIENTO CRÍTICO O DE LA ESCRITURA COMO DESINTOXICACIÓN 

«La mente del hombre es un lujo tenerla sólo como desperdicio de una bombilla que no alumbre» [EWO, Montiel] 


Por Eliéser William OJEDA MONTIEL 


 El ser humano viene a este mundo impoluto, sin la mácula de un estigma denigrante que desdiga de su condición prístina. Pero, también su índole natural y sus atributos cognitivos tienen que ser dirigidos con el lamentable costo del acondicionamiento de su pensamiento. Es el pago obligado de su itinerario de párvulo hasta el despertar de una conciencia crítica en que ésta le reclame un reacomodo de su razonamiento. Se viene a este mundo sujeto a una intoxicación en la manera de pensar; a la influencia obligada del entorno familiar, escolar y hasta universitario. De manera que es un recorrido en el que nuestro razonar es de continuo maltratado. Somos nave lanzada a un mar siempre encrespado cuyas olas apenas nos dejan tiempo para un reacomodo mental. Escasamente se nos permite un re-flexionar propio, autónomo, pero imperfecto.  En todo ese largo trayecto de entrenamiento para una vida de «éxitos» de quien la persiga, se ven justificados o se encuentran presente, en gran medida, los deseos de nuestros padres aún en pleno siglo XXI. La excepción a esta regla inherente familiar se puede hallar como a trébol de cuatro hojas.  La liberación hacia un razonar independiente necesita de un ejercicio perseverante y consuetudinario en la formación de un pensamiento rebelde; pero de una criticidad fundamentada y lógica. Esto solo se halla con una cualidad y temperamento propio de un ser moral-mente comprometido en su trascendencia de otredad, mediante una literalidad constante. Una formación voraz en las humanidades: letras, literatura, historia, filosofía; nos brinda un compás de perspectivas a partir del cual nuestra cognición, entonces, produce relaciones lógicas de competencia retórica elocutiva y escritural como una segunda naturaleza para formar un escudo de rechazo, ante tantas ideologías e idiosincrasias extrañas interesadas en someter nuestra manera de pensar y razonar, cuyo objetivo único es preservar e incrementar tendencias doctrinales. Seríamos, entonces, simples marionetas de un servilismo murmurador.  Tan solo una conciencia moralmente trajinada a la luz de una mixtura de saberes humanísticos, como revulsivo de una subjetividad anquilosada, nos concedería una mejor pauta como respuesta frente a 
propensiones atentatorias contra una soberanía intelectual propia, virtuosa. Ahora bien, cómo excluir valores adquiridos impuestos desde nuestra secuestrada niñez; valores tradicionales anclados en una subjetividad adquirida prototípica de cosmovisiones desfasadas fundamentadas en costumbres y creencias, que se dan por sentadas en el imaginario de una comunidad cualesquiera que ésta sea, que coartan o cohíben así una expresión natural y justa a los tiempos que corren en que aquellas inclinaciones impiden, a todas luces, un juicio heterodoxo contra dogmas y doctrinas que apaciguan mentes críticas.  De suerte, que se sigue luego, una formación en las humanidades como se ha planteado en que la lectura juega el papel primordial de achique respecto de un «Yo» subyugado y domeñado en el tiempo; que si bien es necesario, como etapa formativa imprescindible, proporciona al hombre la entrada a un mundo inédito y a una competencia mayor, como lo es la escritura al permitir la desintoxicación de viejos pensamientos; «(…) porque la escritura es la que confiere hondura a su pensamiento (…) Como se ha dicho, escribir es la manera de poner en limpio lo que pensamos. Al escribir ponemos a prueba el fuste y claridad de nuestras ideas» [01] Pero, en el mismo sentido. Sollers Philippe (1992: 117) nos recuerda que «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi propio mundo» [02]   Como se ve, pues, se hace imprescindible crear en nuestros muchachos un ambiente en el que se respire la lectura, donde nuestras bibliotecas particulares y públicas, lejos de abrumarles el pensamiento, exciten el ánimo de los potenciales lectores al saber oculto que un libro encierra. «Tal cantidad de libros le intimida y le recuerda todo lo que no sabe: todas esas toneladas de saber son la mejor prueba de su ignorancia» [03] Formemos, por consiguiente, el hábito lector al niño para que no sufra el intelecto del hombre. 

NOTAS.- 

[01] http://www.fluvium.org/textos/jovenes/jov457.htm 
[02] Sollers, P. [1992]). La escritura y la experiencia de los límites. El pensamiento emite signos, (p. 117), citando a Wittgenstein (2ª ed.). Caracas. Monte Ávila Editores.  [03] Schwanitz, D. (2006). La Cultura. Todo lo que hay que saber. El mundo del libro y de la escritura (p. 644) (3ª ed.). Madrid. Punto de Lectura, S.L.



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