¿Qué sería del ser humano sin la palabra?, o, mejor ¿qué sería
del
animal bípedo sin la articulación de la palabra hablada? A partir de qué
momento nos convertimos en seres racionales y cómo la palabra hizo la
diferencia entre ello y lo irracional, fue sin duda un hecho como atributo que el
hombre fue adquiriendo como avatar en el devenir del tiempo desde el momento en
que, como peculiar especie, se irguiera en erecta posición sobre el resto de
los seres vivos vislumbrando el horizonte y con ello obtener una perspectiva del
ambiente que le rodeaba; suceso que sin duda impactaría en su masa encefálica y
cognición.
En virtud de tal cualidad atributiva
de este espécimen, de reconocer un valor en las cosas de su entorno del
quehacer de su día a día asignándoles una identificación de reconocimiento inmediato
—Palabra— de
necesidad perentoria de su existencia vital, para en lo sucesivo pronunciarlas
adquiriendo así la facultad de hablar de donde se originara, forzosamente, un
referente y un referido para expresar relación y conocimiento inmediato o futuro;
es evidente que ello conduciría a esta especie, de forma indefectible, a la
condición de otro ser: el de humano y su consecuente “humanización” en lo
sucesivo.
Por otro lado la Palabra como derivación del griego parabolé es la representación gráfica de
la Palabra —escritura—: aunque como repetición inútil y viciosa —tautología—; ella significa comparación,
imagen alegórica de donde se deduce esa relación prístina de lo referente y lo
referido que este ser, ya en vías de humanización y gracias a esa especial
característica que le distinguirá de manera sempiterna, le llevará a la
trascendencia y la deificación como constructor de mundos imaginarios a través
de la Palabra Escrita.
De tal suerte y gracias a la Palabra Escrita, este ser ya humanizado,
enfatizo, gracias a la adquisición de tal competencia cognitiva ya alcanzada y
estructurada en su cerebro, discutirá a los dioses su bienaventuranza y se
divinizará; podrá edificar mundos fantásticos a su antojo y sin límite ninguno.
EWO,
Montiel
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