Willy
Como catedral de elevados campanarios las cumbres
asomaron
nítidas cual cristalino tañer de
esquilas en el alba anunciando tu partida.
El dilatado, amplio, holgado
ventanal del hogar de cara la imponente orografía garza; se dejaba columbrar al
regocijo de mis gemelos naturales sobre el extenso brazo del macizo andino.
Mientras la aromática infusión
hacía presa de mi olfato, tu cálida, alegre voz se escuchaba allende de la mar
a través del inalámbrico. Era el 20 de agosto del 2014 miércoles matutino de 6
a 7.
Tu bien amada madre, ambos
jubilosos acompañados por tu hermana Ybis debutábamos en el nuevo hogar. La
buena nueva brotó con alborozo de mis labios para darte a conocer la
importancia del evento.
El contento invadía nuestros
corazones por los cinco días primeros en la novísima residencia. Escuchaba la
peculiar expresión dichosa de tu ser; gozo con el que solías festejar
acontecimientos que movían de agrado continuo tu corazón «¡Qué bien, papá!», a la
par que tu alegre, advertida voz invadía toda mi imaginación por la seguridad
efusiva de tu rostro.
Como bálsamo de vida con el
fulgor auroral, agosto del año 14 se presentaba con placentero auspicio; éxito
logrado de nuestro esfuerzo.
Mientras la alegre mañana
fortalecía nuestra charla tus respuestas a mis inquisiciones orlaban fácticos
sueños de esperanzas cumplidas por ti, en lejana tierra escogida como avatar de
alteridad final; agosto mostraría esa data, marca ineluctable de hecho aciago.
Mi apresurada observación relativa
a la imponente cúspide percibida desde el ventanal, ribete de nuestro diálogo;
esplendía por el alba. Tus labios, entonces, respondieron quejumbrosos
agobiados por un halo premonitorio de conciencia desatenta por mi señalamiento,
tal vez inoportuno «Willy, de acá puedo ver nítido, despejado, El Campanario a
través del ventanal».
Tu respuesta cargada de otredad se
oyó con enfática nostalgia, palabra declinante como ilógica hipérbole de
dictamen a mis oídos; voz de extraña aflicción, pero de importancia
insospechada, además de fatalista «Mis amigos me abandonaron el día en que
acampamos a las faldas de esos picos, nadie quiso acompañarme a la cumbre»; repetías
metafísicamente imperturbable y misterioso «mis amigos me ‘abandonaron’»…
Amado hijo nuestras voces,
nuestra conversa de alborada virginal y placentera, fue antagónico desarrollo
de un día ignominioso; de un hado auscultador malévolo sobre los misterios del
logos.
Paz a tu noble alma.
La Azulita, 14 de diciembre de 2014
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