martes, 22 de diciembre de 2015

LAS EXPRESIONES Y SU HALO BORRASCOSO PREMONITORIO O DE LOS MISTERIOS DEL LOGOS



Los pensamientos expresados tienen un halo misterioso según el énfasis dado.
Cargadas de entresijos e incertidumbres laterales,
las ideas decretadas conscientemente como objetivos por lograr permiten disminuir los riesgos asociados, acercarnos más a la certeza, vale decir, al target o “blanco” del mercado como dicen los americanos en cuestiones de planificación gerencial.
Ahora bien, si abandonamos el ámbito administrativo-empresarial y asumimos el nivel personal, al entrar en conversación con alguien o de manera grupal y decretar de forma inconsciente un juicio, al parecer hay “algo” más allá del simple manifiesto moral expuesto, es decir; entramos en un estado de ánimo individual azaroso en el que, desde ese mismo instante queda comprometida nuestra integridad física personal dependiendo de la calidad de la sentencia proferida, según el caso.
Ello pudiera verse como sandez; mas las palabras enunciadas, sin duda alguna, condicen con cierto halo borrascoso “premonitorio” de las que pudiésemos librarnos si lo dicho se dirige con precautiva inteligencia y cuidado, asunto que abordaré más adelante. Pero esa cautela en los diálogos es poco consciente en los seres humanos ya que el juicio nefasto expresado, al parecer, pacta con cierta otredad del individuo.
Quizá algunos lectores piensen que esto sea una paranoia referida a la tanatofobia. En todo caso no es el sentido de este escrito; pero hay una “sospecha” implícita atentatoria de desaparición física en nuestro asunto. Mas sin embargo, cuando nos expresamos de forma libre y espontánea quiero decir sin reservas no atendemos a los juicios emitidos. Generalmente, esas proposiciones llegan al final de una charla o corresponden a la cantinela de un individuo en el tiempo, adherida a él como Logos fáctico inexorable.    
«De esa cabuya yo tengo un rollo» suele escucharse en el imaginario popular. Cuántas veces hemos oído decir «Ya fulano había anunciado su ‘partida’, eso lo expresó horas antes de salir de acá, o, él/ella siempre repetía lo mismo. Increíble, lo anunciaba a cada nada, parece mentira». Comentarios nómades como estos quedan en el espacio etéreo para luego tomar “venganza” al ocurrir el anunciado evento calamitoso.
Es lo insondable, inextricable e ineludiblemente ¿sorpresivo?, o, ¿profetización inconsciente cuyo poder inmanente desconocemos? Es la odiosa alteridad inmaterial devenida del “arma” del Logos utilizado de manera irracional e ignara, auscultador “repudioso” y captador de espíritus ¿preparados para marchar a otra dimensión?, para traspasar el portal cuando ¿han completado su círculo?
Ahora bien; si el hombre es un demiurgo de la palabra escrita fundante de mundos fantásticos e insólitos, devenidos de su otredad por un acto de abstracción divina del espíritu acontecido mediante un estado de ascesis profunda de subjetividad, sobre los recuerdos cavernosos del subconsciente por el que cosifica, da vida con su intelecto a una historia literaria como producto final sobre datos reales e imaginarios, abstractos de su cognición; pero que redimidos en un momento particular de su existencia emergen a través del Logos, en un instante de catarsis al mundo real desde el punto de vista de la estética; entonces se conserva en él, de alguna forma, la capacidad de concretizar y objetivar ciertas ideas expresadas.
Pero por otro lado, esa misma capacidad verbal desde la óptica de la interacción social dialogal; pero ahora irreflexivamente, produce hechos metafísicos crueles, malvados producto de una locución sobrenatural ¿preceptiva? ¿Cómo explicar ese estado de cosas?, es la razón de este escrito.
Volviendo atrás en nuestro discurso, ¿cómo saber qué alguien ya ha “completado” esa rueda, ese supuesto “círculo”?; o si se encuentra preparado de manera espontánea para dar ese “salto”, si lo expresado por dicho ente es algo “inapelable”, quiero decir irreversible, decretado por fuerzas obscuras y dicho está. O ¿hay manera de romper ese hechizo, ese “abracadabra”? En verdad estas cosas son algo abracadabrante.
En mi forma de ver las cosas hay dos puntos a dilucidar en todo este asunto, una; son las expresiones instintivas o irreflexivassu condición. De qué clase son; la otra es ¿cómo romper el maléfico auto decreto?, y si hay manera de hacerlo. Intentaré en lo posible adentrarme en tales abstracciones metafísicas. 
Para argumentar nuestra tesis analizaremos, primeramente, el tipo de expresiones antes mencionadas con una locución que, tal vez, parezca clásica a los oídos de todos sobre lo que acá quiero elucidar, «Bueno, adiós, ahora sí me voy definitivamente (!)». La  examinaremos, en principio, como una simple proposición instintiva o irreflexiva al considerar el tipo de “sentencia”[1] y su naturaleza.
Podemos argüir a primera vista estar en presencia de un juicio en términos conceptuales. Para ello es menester, luego, valorar qué entendemos por juicio. Así que nos atendremos a las acepciones más precisas del diccionario de la Real Academia Española (RAE), este nos dice: “Juicio. m. Facultad del alma, por la que el hombre puede distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso. ǁ 3. Opinión, parecer o dictamen”.  
Según la primera definición del RAE juicio no es más que la capacidad de razonar, esto es; la condición racional por antonomasia del ser humano, de forma que en los enunciados de índole instintivo o irreflexivo se pierde el especial y principal atributo del hombre, el de animal rationale para caer en un estado de orfandad entre algunos de nuestros enunciados, y, por qué no decirlo, con expresiones al “voleo” que es en todo caso de lo que acá se trata, de esa carencia de cogito.
Luego, entonces; lindamos con una situación como de seres inermes con nuestro verbo, y es que en esto último se adapta ¡tan bien!, aquel pensamiento cartesiano de cogito, ergo sum pues lo que nos interesa acá es de la existencia misma.
De manera que en tal estado de desamparo pensamiento instintivo o irreflexivo al emitir algún dictamen irracional como el de nuestro ejemplo, deberíamos ser capaces de discriminar lo positivo de lo negativo si nos acogemos al concepto expuesto por el RAE, es decir; distinguir lo verdadero de lo falso, el bien del mal; y así evitar una desgracia arbitraria que incide en nuestra “materia”, nuestro cuerpo físico, nuestra propia existencia en forma mediata, repito.
En la segunda de las acepciones del citado léxico, es decir, juicio u opinión, parecer o ¿dictamen?, es evidente que estamos en presencia más que de un juicio de un “veredicto” inexorable, irremediable en el hecho mismo puesto que ocurriría de manera mediata pues no olvidemos el fin central de esta discusión, como es el de la capacidad del ser humano de objetivar algunos pensamientos, o, mejor, la facticidad de su realización; pero no por nuestra propia causa consciente como en el arte y la moral cuando deseamos el logro de algo que nos proponemos alcanzar, sino por el hecho cierto en el tiempo de un suceso aciago promulgado sin restricción (!)
Quisiera reforzar todavía más mi conjetura con el dolor que supone la pérdida irreparable de un hijo; origen nada placentero de estas consideraciones a las que quisiera adjudicarles alguna razón lógico-metafísica. Forma terapéutica de serenar mi espíritu; mas no como el fundamento de lo glorioso y beatífico.
Mi hijo se había fijado un “término” de vida. Al parecer solo le bastaba un número de años de duración para hacer y lograr lo que tenía como propósito de existencia; mas, a mi entender, no quería incorporar más años a su realidad y dilatar ese tiempo a su largo vivir.
Enseñar la experiencia y experticia en su área, sentirse realizado como persona era una misión específica en él: la que no viene al caso relatar acá. Así que mantuvo constantemente en sus conversas una proposición anidada en su cerebro que sacaba a relucir, de continuo, frente a cierto tema aludido en los diálogos familiares nada agradables a su idiosincrasia. Aquel juicio lo expresaba, incluso, sin desasosiego, pero con la seguridad que su alteridad le dictaba: «Es que yo no voy a llegar a los 40 años»: eso fue justamente lo que aconteció; lo que constantemente él decretaba se consumó. Justo 54 días antes de su onomástico, partió dejando este mundo.
Por consiguiente, como se ve; estamos ahora frente a un juicio que nos pone ante una disyuntiva o duda racional. Cómo catalogar, entonces, la sentencia enunciada por mi hijo ¿instintiva, o, irracional? ¿Acaso era racional por la seguridad con que emitía en cada oportunidad su parecer? Era como una convicción dictada desde su otredad.
En todo caso lo que acá está en juego es un juicio nada contingente; y esta, su anclada proposición mental, ¿cognitiva?, ¿condice con la capacidad de distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso, según el RAE? Por consiguiente, y, al parecer, se había trazado una existencia más que finita (!)
Ahora bien, desde la antigüedad hemos tenido conocimiento de seres especiales que tenían la capacidad de dar concreción y realidad a sus pensamientos. El más significativo de estos personajes fue Jesús de Nazaret conocido por sus famosos milagros, tanto por la multiplicación de panes como por la de convertir el agua en vino, entre otras muchas concretizaciones.
Por otra parte y en los tiempos actuales, pudimos gozar de la capacidad del hindú Satya Say Baba para cosificar lo que se le pedía como presente en sus actos públicos, y devolver la vida a alguien cuando se le pedía.
Pero todos esos señores al dar vida y/o cosificar lo que se imaginaban o les solicitaban lo hacían de manera consciente, y sin ningún mediador al materializar de la nada lo que se proponían.
Con ello solo quiero significar el poder de la palabra en el hombre, predicada de forma consciente por los personajes a los que me he referido más atrás, solo que no son las del tipo borrascoso antes aludidas. No es cuestión de seres “divinos” por lo que podemos notar sino humanos con dotes especiales y atávicas que, en sus inicios, de seguro se les dificultaba el dominio de aquellas virtudes; pero que con el transcurrir de los años lograron un especial dominio de la palabra. Mas no así de esa otra oralidad fatalista, desconocida y presente en el humano ser de nuestros días, y, que, de seguro, nos hace “responsables” por lo que enunciamos o ¿anunciamos? He ahí el quid del asunto.
Ahora bien; ¿queda en el subconsciente del hombre alguna reminiscencia de los atributos de aquellos seres por el que, de alguna manera, este pueda dar pie o gestar materializaciones de carácter metafísico contra su misma humanidad, y hacer fáctica algunas ideas únicamente infaustas sin percatarse de ello? ¿Posee el hombre alguna fuerza mental innata desconocida para él, qué atenta contra su propia vida activándose inconscientemente? Y ¿bajo qué condiciones se libera esa fuerza? ¿Puede algún día la ciencia acceder a lo más recóndito de la mente humana para darnos explicación de ello, y evitar consecuencias inefables?
El imaginario popular está lleno de estas historias por las que muchas personas irremediablemente, en vida, han presagiado irreflexivamente mejor inconscientemente, repito “su partida”.
Toda esta dialéctica me trae a colación aquel pensamiento de Nietzsche, plasmado en su libro “Más allá del bien y el mal”: Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. Dicho pensamiento no necesita comentario alguno que valga por tan cristalino razonamiento.
Pero por otro lado y retornando a lo ya expuesto. Si el juicio: según hemos visto, nos permite distinguir el bien del mal ¿cómo es qué tal discurrir nos impide ser conscientes de una auto-premonición, que atenta contra nuestra integridad física?; luego, entonces, estamos en presencia de un fatalismo, de un determinismo. Mas, ¿debemos resignarnos al desconocimiento de sus causas?
Para un segundo análisis del concepto de “juicio” nos valdremos de los varios planteamientos que, al efecto, nos ofrece Ferrater. M. (2000):

Según la concepción tradicional en el juicio afirmamos, ponemos o proponemos la existencia, de tal modo que el juicio es propiamente “juicio de existencia”. Por lo tanto el juicio se distingue de la abstracción pues mientras esta aprehende la esencia o naturaleza de las cosas, el juicio aprehende las cosas mismas, esto es, su existir.[2]


De acuerdo con tal concepto el juicio se centra exclusivamente en la existencia de la cosa misma; pero no en la del sujeto: aunque la acepción pareciera ser un tanto anfibológica además de carecer de univocidad entre algunas corrientes filosóficas, ya que esta se refiere exclusivamente a las cosas; pero que no obstante otros pensadores incluyen a la persona en sí dentro del dictamen que nos ocupa, como es nuestra preocupación en toda esta disquisición, del auto atentado de sí mismo contenida en las sentencias fatalistas expresadas por un sujeto ¿inconsciente?, según los ejemplos insertados más arriba.  
Pero si cogito es mi característica esencial de ser racional, ello me debería advertir, incuestionablemente, del yerro de construir una proposición de tal naturaleza como la que venimos tratando conjurada contra mi propia humanidad.
Entonces, esa concepción “tradicional” expuesta por Mora se hace o puede ser extensible a nuestra individualidad, asimilada ella al prototipo de predicado de nuestro ejemplo; pero en primera persona y reducida al absurdo. De hecho, algunos metafísicos aducen que al emitir juicios no se deben dejar cabos “sueltos”, y que las oraciones tienen que ser completadas hasta expresar un pensamiento cabal, positivo, esto es; evitar dejar vagar en el espacio etéreo algún sentido ambiguo e impreciso que comprometa el cuerpo físico del sujeto.
Pero afirmemos también la armonía de la subjetividad en todo esto al enunciar un determinado pensamiento; me refiero a la pasión y/o fuerza con que un determinado sujeto manifiesta sus pensamientos.
Además de lo expresado por el citado autor en el parágrafo anterior, otro de sus conceptos sobre lo que se debe considerar como “juicio”, expone:

Juicio es la afirmación o la negación de algo (de un predicado) con respecto a algo (un sujeto); esta es propiamente la definición de la proposición pero puede extenderse también al juicio en cuanto a término mental correlativo de la proposición.[3]


Las oraciones que hemos venido analizando como ejemplo a la luz de posibles hechos metafísicos, como: «Bueno, a dios, ahora sí me voy definitivamente», o, «Es que yo no voy a llegar a los 40 años» (!), no concuerdan con el tipo de juicio existencial que hemos insertado en página anterior expuesto por el autor citado, a pesar de las discrepancias conocidas entre filósofos. Por lo que hemos hecho un paralelismo ajustándolas desde el “Yo” individual, y reforzándolas oportunamente con una acotación a manera de enfatizar lo que acá venimos argumentando.
Asimismo, les asignaremos el carácter de correspondencia a nuestras oraciones propuestas con la segunda de las “ideas” de nuestro pensador, intercalada al inicio de esta cuartilla; fundamento y razonamiento de la tesis planteada por cuanto este último juicio es diáfano, y nos permite descifrar, con su razonar, el objeto de nuestra discusión; pero engastándole el predicado fatalista, comprometedor de la propia integridad física de un sujeto dado, que lo expresara instintivamente contra sí mismo, esto es; quedaba implícito su continuum existencial.
 Esta última opinión de Ferrater Mora parece llevarnos a un corolario por el cual nosotros, especie homo sapiens, con el atributo de cogito podemos afirmar o negar nuestra existencia misma en un determinado momento, dependiendo como lo asumamos, o, el ¿énfasis puesto al enunciado?: Al parecer hay una racionalidad interna desconocida en el sujeto, impulsada por ese elam vital bergsoniano que todo lo organiza[4].
De las consideraciones planteadas podemos concluir asentando lo siguiente:
1.   El ser humano goza de un Logos racional con el que organiza su actividad vital.
2.   El hombre posee un Logos oculto ancestral desconocido fatalista e irreflexivo así como un verbo, a la vez, misterioso; pero racional en seres “preparados” para trascender espiritualmente.
3.   El hombre con su aptitud cogita, es capaz de deslastrarse de un Logos borrascoso premonitorio infortunado con proposiciones cabales sin ambigüedad ninguna.
4.   Existe en el ser humano un vitalismo espiritualista, que todo lo organiza según el metafísico espiritualista Henri Bergson[5] con el cual converjo.

             






[1] Creo que esta palabra explicita mejor la tesis acá planteada y es más inteligible a lo misterioso y metafísico, que el uso de  instintivo o irreflexivo además de darle un carácter de “fatalidad” al suceso que involucra al ente. N del A.
[2] J. Ferrater, Diccionario de Filosofía abreviado, Buenos aires, Editorial Suramericana, 2000, p. 212.  
[3] Op. cit. p. 211.
[4] A. José, Diccionario de Filosofía, Valencia/Venezuela, Vadell Hermanos Editores, 2007, p. 49.  

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