Entre la paz y la felicidad
pareciera no haber incoherencia.
Usufructuar
la paz para unos es una paradoja para otros, entonces es “la paz y pan” y así evitar lo
sorprendente.
A quién
enorgullece la paz; no al pobre, no sabe de conflictos lo es carecer de techo a
su cobijo, de bocado que le nutra su “negrura”.
Defender la paz es amparo de intereses; el pobre no
tiene renta que le valga.
El discurso
de su inopia es el magro alegato a su esperanza, a su felicidad.
La inopia
no es lo mismo en el político. En el pobre es gástrica vorágine, es la
intemperie en sus costillas: en el otro es el voto del poder.
Entonces la
paz y la felicidad devienen de un estado de satisfacción, son el corolario
particular de sí mismas, de ambas dos.
La paz como
virtud y la felicidad como estado de satisfacción se yuxtaponen entre sí; son
el resultado de una relación biopsicosocial
en el ser humano, son un “bien común” que depende de la “paz y pan”.
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