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El
líder había golpeado el statu quo de
un país de renta petrolera indisculpable,
el fracaso lo llevó a la cárcel.
Otro
líder de imagen afable y trayectoria inequívoca “inveterada”, agónicamente
repite en el poder en elecciones cuestionadas dando absolución al reo
congraciándose con él.
Un
imaginario colectivo deformado lo eleva en pulcras elecciones al trono, su
juramento presagiaba cambios ineluctables rencorosos. Había prometido rehogar
las cabezas de los acólitos del partido fundador de la democracia en el país libertario
de la mitad suramericana, así como de la fuente originaria de la que brotara
toda la izquierda, exceptuando al partido comunista.
El
caudillo arguye una constituyente, coraza infalible glorificada; pero el
absolutismo trastoca los poderes; los cohechos florecen estercolados por el oíl, y una burocracia administrativa
desbocada, al grito de la revolución, entra a saco lleno en las arcas del
tesoro público para saciar la sed del estío político.
Una
molicie unánime al boom de las divisas in
crescendo del “excremento del diablo” como de aquel aquelarre revolucionario,
ensombrecido por el maná de gorra, olvidaba la conservación de la armazón
heredada y compraba conciencias externas a zopilotes en palace’s lobby; y una
turbamulta nacional se solaza de una renta ilusoria precaria de dádiva estatal,
desvanecida en la ignominia de una patria empobrecida por una doctrina heterodoxa.
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